Especial de Profesores BABY de Susan Sontag y LA CONSPIRACION DE LOS OBJETOS

EN EL KAFKA   LAMBARE 866- VIERNES 21 : 00 HS

Por Nico Pose

Tres parejas de diferentes edades se hacen preguntas, se cuestionan, debaten, discuten, reflexionan, sufren, pero ¿por quién? Ni más ni menos que por el nene, su hijo. Por eso, la obra podría llamarse tranquilamente “Todo por mi hijo”, parafraseando una de las películas de Pedro Almodóvar. Todos hacen sus confesiones a un psicólogo, ausente en la escena, y es así, que la audiencia termina siendo la destinataria o jugando el papel de analista mientras los seis protagonistas cuentan sus angustias, miedos, nacidos por la incomprensión que les genera el comportamiento de sus hijos.

La escena es totalmente despojada, tan sólo un telón donde se proyectan los días de la semana que transcurren para comprobar que ellos asisten día a día al psicólogo. Así vemos cómo van pasando los días y escuchamos las confesiones más dispares. Las tres parejas están sentadas en línea: primero está la pareja madura, de entre unos 45-50 años; luego viene la más joven, de unos 30-35 años, finalmente, tenemos a la pareja más grande, rozando los 60 años o más. A medida que las confesiones transcurren, nos vamos dando cuenta los pocos resultados que va arrojando la terapia, por eso, los pacientes se enojan, discuten con el psicólogo, y se frustran. A medida que pasan los días, ellos van adelantándose con sus sillas dentro de un rectángulo marcado en el escenario. Cuando lleguen a la línea donde termina el rectángulo, escucharemos la confesión más drástica, trágica e inimaginable, y así se bajará el telón. Esta última confesión, inesperada, nos deja con un gusto amargo luego de todo lo que habíamos escuchado.

Baby, escrita por Susan Sontag, y publicada en 1974 en la revista Playboy, ilumina y carga de los más diversos matices a una problemática tan actual como la incomprensión de los padres hacia sus hijos, o mejor dicho, la creencia equivocada que tienen las parejas respecto de lo que sus hijos son, enfrentando lo que ellos quisieran que fueran a la realidad, y por consiguiente, exhibiendo sus frustraciones por no poder hacer nada para cambiar la situación y su negación a aceptar el verdadero estado de las cosas. Muchas veces las confesiones nos producen ternura, a veces, bronca, y también, hay mucho de humor, que aparece espontáneamente así como el drama, sobre todo cuando escuchamos atentamente a los que están hablando.

Bajo la impecable dirección de Lorena Ballestero, la obra se nutre de variados cortes y combinaciones en esos densos diálogos que no tienen desperdicio; es así que se turnan de diferentes maneras los protagonistas a la hora de hablar, a veces, sin un orden aparente, retomando el tema que había dejado inconcluso alguno de los otros, y otras comenzando con un nuevo conflicto. Es por esto que la obra se nutre de una pluralidad de voces que recaen siempre en la misma obsesión; el nene. La polifonía se acentúa gracias a la humilde puesta de la obra, dándole preeminencia al texto, ya que éste es tan rico, que se basta a sí mismo sin tener la necesidad de ser sostenido por ninguna escenografía desbordante.

Fuente: http://www.revistasiamesa.com.ar/

EN EL ASTROLABIO TEATRO - TERRERO 1456 -Paternal-
Teléfonos: 4581-0710 Entrada: $ 25,00 y $ 20,00
Funciones: Sábados - 22:00 hs





"La conspiración de los objetos": Los autómatas


por Jimena C. Trombetta jimenacecilia83@hotmail.com

Autoría: Diego Cazabat, Hugo de Bernardi, Julieta Fassone, Andrea Ojeda Dirección: Diego Cazabat Intérpretes: Diego Cazabat, Hugo de Bernardi, Julieta Fassone, Andrea Ojeda Escenografía: Diego Cazabat Iluminación: Diego Cazabat Música original: Hugo de Bernardi Fotografía: Diego Ojeda Diseño gráfico: Nicolás Castagna Asistencia general: Luciano Tassitani Prensa: Simkin & Franco Arreglos musicales: Nicolás Wío Web: http://www.periplo-teatro.com.ar/

La conspiración de los objetos, una obra teatral y musical ejecutada por humanos-entes, capturados por la mecanicidad de los objetos. Comienza así la narración: la acción —con el ingreso de tres personajes robotizados— se articula mediante lo que designa el sistema. Objeto A (Hugo De Bernardi), Objeto B (Julieta Fassone) y Objeto C (Andrea Ojeda) aparecen en escena semidesnudos para acatar la disposición de la vestimenta que cae del techo. Con gran esfuerzo comienzan a vestirse o, más bien, a armarse.

Se forman como hombres capturados por la ciudad y su funcionamiento. Son objetos que forman parte de “la epopeya de los iguales”, “la epopeya de los mediocres”, la épica poco interesante de ser contada, sin más, la historia carente de héroes que refleja la realidad. El cuento fragmentado como una obra musical que narra la escenificación de la estupidez, la compra y renovación de los elementos inútiles. Por este motivo, no es extraño encontrarse con símbolos del consumo como el pancho y la coca. Así, y además para contextualizar la época, objetos como la bicicleta, los sombreros, el paraguas, los mismos instrumentos, las fotografías y hasta un libro familiar son el legado que los captura y los construye alejándolos de la naturaleza.

Entonces, es el llanto, el grito crónico el que pierde, mediante su duración, todo el sentido. Lo que comienza siendo expresión, termina por automatizarse absorbido por las explicaciones de la “razón”. Entonces los personajes dicen y hacen lo que está pautado en múltiples partituras, mientras que los espejos, instalados en el fondo de la escena, los denuncian recordándoles que ni están allí ni tienen cerca la muerte.

Esta suspensión se ve por analogía en la ruptura temporal, la continua narración, separada por pequeños episodios rigurosamente marcados (el programa de mano ofrece la duración de cada uno de los fragmentos): no habla de ningún tiempo específico, no se representa ni un antes ni un después. Así como el tiempo se anula, el discurso muchas veces se pierde en metáforas que se completan desde la acción de los personajes o de la interpretación de las ideas. Sólo quedan imágenes de cada uno de los autómatas encasillados en marcos que no responden a sus medidas. Así es como varían entre el espacio concreto y un espacio imaginado o soñado, quedando en el centro, en la nada.

En medio de todo esto, lógicamente, el absurdo: entes capaces de consumir una imagen como Groucho Marx con una lata de coca, subido a una bicicleta junto a Frida Kahlo con un pancho en la mano. La risa, precisamente, humaniza.

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